Por el profesor Yamandú Sosa
En el momento en que los equipos
uruguayos comienzan a importar, en la década del cuarenta, el modelo europeo de
liderazgo técnico, el mismo tenía unas cuantas falencias que lo hacían, a mi
criterio, inferior al que nosotros teníamos. Luego, con el correr del siglo y
el método científico, se han impuesto los “equipos de trabajo”, que alivian las
falencias que la dirección técnica que deposita poderes en una sola cabeza
tiene.
En cualquier campo de la
realidad, cuándo una persona tiene razón porque un cargo o una reglamentación
así lo avala, por un ejercicio vacío del poder, esa persona corre el riesgo de
desconectarse con la realidad en sí. En cambio, cuando una persona se ha ganado
el liderazgo en ley, en el campo de los hechos, existen mucho mejores
posibilidades de que se desempeñe en buena forma. Un ejemplo, la dirección de
las reformas educativas impulsadas desde el poder desde Germán Rama hacia acá,
han brindado a los directores de las instituciones poderes crecientes, en las
últimas propuestas prácticamente absolutos. Ha sido y seguirá siendo un grueso
error que precipitará aún más la decadencia en nuestra educación.
Dicho en otras palabras, el
técnico tiene el poder absoluto porque se le ha otorgado un rol que así lo
avala, por lo tanto corre un riesgo sumamente grande de equivocarse. En el
contexto del fútbol europeo de esa época, este cargo era lógicamente
pertinente, pues se intentaba en las escuelas de fútbol, alcanzar una destreza
técnica que estaba lejos, y que era compensada por el desarrollo atlético del
jugador. Esto mereció que Europa hiciera lo que el fútbol sudamericano no supo o no pudo hacer: encontrar las variantes
tácticas para favorecer este tipo de juego, usando adecuadamente la ventaja que suponía, (y aún supone),
manejar el reglamento del deporte en su favor y conveniencia.
El desarrollo de nuestros
jugadores en la primera mitad del siglo XX era anárquico, fértil, ingobernable,
absolutamente original. Y así eran ellos. Personalidades fuertes, hechas en los
picados, en las ligas de los barrios, en los líos permanentes provocados por el
hecho de que nadie quería perder. Esto era así desde el más humilde picado de
solteros contra casados hasta el clásico Nacional y Peñarol o el del Río de la
Plata. Ambos clásicos, pasan por problemáticas arbitrales interminables y se
suspenden por lapsos parciales o totales. La “Copa Río de la Plata”, por
ejemplo, dejó de realizarse para siempre causa de la incontrolable sucesión de
problemas. Los jugadores nuestros deben entonces comenzar a adaptarse
arduamente a una dinámica de dirección técnica que les era extraña e impuesta.
Voy a tomar un ejemplo, en el año
49 Peñarol es dirigido por Emérico Hirsch, Úngaro. Conformó un equipo que
obtuvo una formidable campaña, pero para formarlo tuvo que acudir a un recambio
grande, que dio lugar a jugadores inusitadamente jóvenes para los planteles de
la época en los grandes como Ghiggia y Miguez. Tuvo permanentes problemas y
encontronazos con los dos líderes históricos del plantel: Obdulio Varela y
Roque Gastón Máspoli. A Máspoli lo radió al banco, colocando a Pereyra Natero.
A Obdulio, inamovible, hubo de soportarlo. En todo
reportaje en que se la ha preguntado al gran capitán sobre Hirsch, se ha
expresado despectivamente y hasta con desprecio en referencia a su trabajo. No
así los jugadores jóvenes y recién llegados, evidentemente más moldeables.
Seguiremos en las próximas analizando la naturaleza de este cambio en la
naturaleza de la dirección técnica que lamentablemente el fútbol uruguayo
compró, como un espejo más, sin mediar ningún análisis.
El atrevido de Hirsh queriendo "enseñarle" a LOS CAMPEONES DEL MUNDO.
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