martes, 4 de agosto de 2015

Los Niños, Los Borrachos y Los Locos (por el futbol)...siempre dicen la VERDAD.
(Una semblanza del profesor Yamandú Sosa)
La muerte es inevitable, todos sabemos nuestro destino. Pero cuando acontece de manera prematura e inesperada provoca una mezcla de estupor, de desconcierto, de melancolía mezclada con esa rabia fría y miedosa que nos hace preguntarnos ¿Quiénes somos? ¿Cuál es el propósito de seres tan efímeros como nosotros? En este instante fugaz que llamamos existencia tejemos nuestras historias de vida, nuestros quehaceres, nuestros triunfos y nuestras derrotas. A la sombra de la eternidad, a la cruel luz del concepto de la muerte, estas historias aparecen terriblemente vanas, son y viajan hacia la nada inevitable en la que perecerá nuestro universo todo.El fútbol, sin embargo, es un fenómeno singular, extraño. La nuestra es una liga pequeña. Una liga olvidada en los márgenes del gran espectáculo global, ese que huele a podredumbre y decadencia. Aquí, autenticamente, todavía se juega por la camiseta. El dinero no ha hecho todavía su trabajo y la pobreza es una bendición que permite al juego desarrollarse en su auténtica esencia. Y su esencia es la pasión. Y el nuestro es un torneo de pasiones a veces desaforadas, incongruentes con la magnitud de los espectáculos, culturalmente de un valor inapreciable. Nuestros cuadros se pasan de generación en generación, en no pocas ocasiones entre familiares, como una antorcha de resistencia al devenir. ¿Cómo podría todo el dinero del mundo el dinero comprar más compromiso, cómo podría un contrato millonario generar más sentido de pertenencia? En nuestro pueblo la “gente de fútbol”, es una especie de familia variopinta distinguible a kilómetros de distancia. Se lleva mal entre sí, se separa en bandos a veces irreconciliables. Teje polémicas interminables y discusiones bizantinas. Pasa y repasa miles de veces los mismos acontecimientos al punto que un observador de fuera es capaz de preguntarse: ¿de qué hablan tanto si siempre hablan de lo mismo? El “Rafa” González era un hombre de fútbol. Por ese motivo, en un acierto que celebro y felicito, la liga puso su nombre al torneo apertura. Exhibía el orgullo de haber sido dirigido por “el mono Gabetta”, (aquel que, aunque estuviese gordo, Obdulio Varela hizo citar e hizo poner de titular en la histórica final de maracaná), y de haber atajado en la tercera de Nacional y entrenado junto a Rodolfo Rodríguez y todo el plantel campeón de América y del mundo. Era hincha de San Lorenzo. Aunque andaba por los 50 años, nunca pudo dejar de ser jugador de fútbol. Algunos le criticaban, en sus últimos tiempos, porque atajaba demasiado gordo. Pero no podía dejar. Luchaba constantemente contra la obesidad. Fue, lógicamente, porque no hay nada más cruel que la biología, quedando radiado de la valla titular de los diferentes cuadros, pero nunca abandonó la lucha por intentar volver. El fútbol, sin embargo, es un fenómeno singular, extraño. La nuestra es una liga pequeña. Una liga olvidada en los márgenes del gran espectáculo global, ese que huele a podredumbre y decadencia. Aquí, auténticamente, todavía se juega por la camiseta. El dinero no ha hecho todavía su trabajo y la pobreza es una bendición que permite al juego desarrollarse en su auténtica esencia. Y su esencia es la pasión. Y el nuestro es un torneo de pasiones a veces desaforadas, incongruentes con la magnitud de los espectáculos, culturalmente de un valor inapreciable. Nuestros cuadros se pasan de generación en generación, en no pocas ocasiones entre familiares, como una antorcha de resistencia al devenir. ¿Cómo podría todo el dinero del mundo el dinero comprar más compromiso, cómo podría un contrato millonario generar más sentido de pertenencia? En nuestro pueblo la “gente de fútbol”, es una especie de familia variopinta distinguible a kilómetros de distancia. Se lleva mal entre sí, se separa en bandos a veces irreconciliables. Teje polémicas interminables y discusiones bizantinas. Pasa y repasa miles de veces los mismos acontecimientos al punto que un observador de fuera es capaz de preguntarse: ¿de qué hablan tanto si siempre hablan de lo mismo? El “Rafa” González era un hombre de fútbol. Por ese motivo, en un acierto que celebro y felicito, la liga puso su nombre al torneo apertura. Exhibía el orgullo de haber sido dirigido por “el mono Gabetta”, (aquel que, aunque estuviese gordo, Obdulio Varela hizo citar e hizo poner de titular en la histórica final de maracaná), y de haber atajado en la tercera de Nacional y entrenado junto a Rodolfo Rodríguez y todo el plantel campeón de América y del mundo. Era hincha de San Lorenzo. Aunque andaba por los 50 años, nunca pudo dejar de ser jugador de fútbol. Algunos le criticaban, en sus últimos tiempos, porque atajaba demasiado gordo. Pero no podía dejar. Luchaba constantemente contra la obesidad. Fue, lógicamente, porque no hay nada más cruel que la biología, quedando radiado de la valla titular de los diferentes cuadros, pero nunca abandonó la lucha por intentar volver. Este año le estaba dando una mano a Treinta y Tres, que no tenía golero para la práctica del mediodía, cuando un problema familiar le quebró el corazón. Se había hecho querer por todo el plantel, que viajó a Varela con la consigna de rescatar el título en su recuerdo. Por última vez, entonces, fue campeón. Ojalá que dónde esté pueda darse ese gusto por el cual tanto luchaba: estar otra vez con los pantalones cortos y debajo de los tres palos una mano a Treinta y Tres, que no tenía golero para la práctica del mediodía, cuando un problema familiar le quebró el corazón. Se había hecho querer por todo el plantel, que viajó a Varela con la consigna de rescatar el título en su recuerdo. Por última vez, entonces, fue campeón. Ojalá que dónde esté pueda darse ese gusto por el cual tanto luchaba: estar otra vez con los pantalones cortos y debajo de los tres palosEste año le estaba dando una mano a Treinta y Tres, que no tenía golero para la práctica del mediodía, cuando un problema familiar le quebró el corazón. Se había hecho querer por todo el plantel, que viajó a Varela con la consigna de rescatar el título en su recuerdo. Por última vez, entonces, fue campeón. Ojalá que dónde esté pueda darse ese gusto por el cual tanto luchaba: estar otra vez con los pantalones cortos y debajo de los tres palos .